martes, julio 19, 2005

PLUMAY, PLUMA GAY

10 de julio de 2005


Tremendo alboroto ha causado en las mentes más cucufatas y conservadoras la aprobación de una ley que valida el matrimonio entre homosexuales y les permite la adopción de niños en España. Por lo pronto, la Conferencia Episcopal Peruana ha expresado su rechazo y se solidariza con su par español, que defiende la distinción natural de varón y mujer, base de la naturaleza humana.

Con esta controversial ley, queda clara la apertura de la Madre Patria hacia la libertad y la igualdad del individuo. Sin embargo, a pesar de aplaudir este golpe contra la segregación, no dejo de preguntarme: más allá del regocijo marital, ¿Cómo explicarle al nuevo hijo que esa señora es su papá o, en otro caso, que ese señor es su mamá? Sino, que papá a veces puede ser mamá y viceversa. ¿Qué le dirán la profesora y sus amiguitos cuando vean el dibujo de su familia? Seguramente el gobierno español y las asociaciones gay, bien organizadas, tienen las respuestas y hasta un programa educacional que les ayude a integrarse en la dividida sociedad. Lo innegable es que dicha crianza será todo un experimento.

Así están las cosas. Mientras los curitas –que parecen haber olvidado a los pederastas– se rasgan las vestiduras defendiendo la integridad de una sociedad que cada vez tiene menos de íntegra, la movida gay limeña se puso las pilas el viernes 8 en el Centro Cultural de España y celebró, entre globos y pica pica, el cuarto Encuentro con el Arte, que premia los concursos de cuento, poesía y fotografía. Y como buenos peruanos –si bien no machos pero sí muchos– organizaron una marcha pacífica al día siguiente, en la que no faltó la famosa bandera colorinche, parecida a la incaica que flamea en Palacio; la misma que la Dra. María Rostworowski desconoce como tal, porque los Incas no sabían de banderas.

De cualquier manera, al menos un sector de nuestra alicaída sociedad está motivada y eso, es mucho pedir, a pesar de que algunos prejuiciosos estén con el hígado vuelto paté. En el Perú, donde la mariconada es el aderezo perfecto de la sorna, parece imposible tomar en serio a los chibolines, los cachos y los pirulos, acaso próximos a mudarse a España, tierra de Alaska y Dinarama, de quien los chimbombos tienen como himno la canción “A quién le importa”. Esperemos que al menos a ellos sí, para que con valentía y dignidad, defiendan su opción sexual como debe de ser: con seriedad y no tanta chabacanería.
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